(function(w,d,s,l,i){w[l]=w[l]||[];w[l].push({'gtm.start': new Date().getTime(),event:'gtm.js'});var f=d.getElementsByTagName(s)[0], j=d.createElement(s),dl=l!='dataLayer'?'&l='+l:'';j.async=true;j.src= 'https://www.googletagmanager.com/gtm.js?id='+i+dl;f.parentNode.insertBefore(j,f); })(window,document,'script','cronistaDataLayer','GTM-PXJM8DT'); 1v4552

Bloomberg BusinessweekExclusivo

Qué hay detrás de la obsesión de Trump con los aranceles 3q6h21

Sus acciones en la primera semana de abril dejan en claro que la idea que anima su presidencia es la fe en los aranceles como motor de la renovación estadounidense. 2t5v1b

En julio pasado, justo antes del primer y único debate presidencial de Donald Trump con Joe Biden, un equipo de Bloomberg Businessweek viajó a Mar-a-Lago para entrevistar a Trump sobre sus planes económicos en caso de que volviera a la Casa Blanca. La discusión de 90 minutos abarcó todos los temas importantes: rebajas de impuestos, desregulación, China, la Reserva Federal y la suerte del titular de la Fed, Jerome Powell

Más tarde, cuando nos retirábamos, nuestro equipo comparó notas sobre lo que habíamos escuchado y las cosas que más nos habían sorprendido. En la segunda categoría a todos nos impactó y hasta cierto punto desconcertó la avidez con la que Trump había hablado de William McKinley, el 25° presidente estadounidense. Dos veces lo había mencionado por su cuenta y se explayó diciendo que había sido "el presidente más subestimado" y el que "hizo rico a este país".

Desde luego, McKinley fue un proteccionista fervoroso y el autor de la Ley de Aranceles McKinley de 1890, que en promedio subió los aranceles a la importación hasta casi el 50%, uno de los niveles más altos en la historia norteamericana. En retrospectiva, la fijación de Trump con el hombre al que llama "el rey de los aranceles" era una pista que anticipaba la guerra comercial que iba a lanzar el 2 de abril, el Día de la Liberación.

El régimen arancelario de Trump sacudió a los mercados, empujando al S&P al borde de una caída constante y disparó el rendimiento de los títulos estadounidenses. Varios titanes de Wall Street, incluso muchos que habían apoyado a Trump, reaccionaron con alarma. Ken Griffin consideró que los aranceles eran "un enorme error político". Bill Ackman alertó sobre una "guerra económica nuclear". Jamie Dimon pronosticó que el "resultado más probable" era una recesión. 

La magnitud y lo repentino del ataque de Trump a los socios comerciales de los Estados Unidos no sólo amplificó su impacto, incluyendo el pánico posterior. Nadie comprendía lo que se avecinaba. Iba a en contra de lo que los inversores creían saber acerca de Trump: que se lo debe tomar "en serio, pero no literalmente"; que aunque es disruptivo e imprevisible, al final añora la suba de la Bolsa y el imprimatur de éxito que podría conferirle a él. Y que nunca haría nada que pusiera eso en peligro.

Hasta sus asesores económicos más cercanos lo malinterpretaron. En una nota enviada a sus clientes el año pasado, el actual secretario del Tesoro, Scott Bessent, quien entonces dirigía el fondo de cobertura Key Square Group, anticipó que si Trump volvía a la Casa Blanca habría un "lollapallooza económico". Bessent creía tonto preocuparse por los aranceles, que consideraba "improbables" ya que "los aranceles son inflacionarios". También agregó: "La pistola de los aranceles siempre va a estar cargada, pero rara vez se la disparará".

El brusco cambio del 9 de abril, cuando Trump suspendió los aranceles a muchos países días después de haberlos anunciado, no hizo más que intensificar el castigo económico de una guerra económica que ya parece llamada a definir su segundo mandato. Aunque alivió ciertas medidas, intensificó otras, y llevó hasta el 145% los gravámenes impuestos a productos chinos. Las acciones de Trump se encaminan a remodelar el comercio y las alianzas mundiales, al tiempo que plantean dudas sobre el papel del dólar como moneda de reserva planetaria. También podría trastornar la política interna. Al 8 de abril un estudio de YouGov detectó que apenas el 16% de los norteamericanos creían que los aranceles iban a mejorar su situación económica, mientras que el 55% pensaba que los perjudicarían, ideas que se mantenían constantes al margen de edad, raza, sexo o grupo de ingresos.

Y después de que todos malinterpretaran las intenciones de Trump, la pregunta multibillonaria es qué va a hacer después. Es totalmente posible, y hasta probable, que ni siquiera él lo sepa. Pero volviendo a la reunión de julio pasado, he llegado a pensar que aquella vez reveló más de su proceso mental en temas comerciales y otros de lo que pude apreciar en el momento.

Algo extraño ocurrió en medio de la entrevista. Bernd Lembcke, veterano gerente de Mar-a-Lago, pasó cerca nuestro. Trump detuvo la conversación y le pidió que se aproximara. Con orgullo le pidió a Lembcke que nos dijera cuánto costaba asociarse al club: u$s 700.000. Pero aclaró que el precio pronto iba a subir. "En octubre nos vamos a un millón", dijo Lembcke, para evidente satisfacción de Trump.

El mensaje de Trump era claro: ahora que se había asegurado la candidatura republicana y disfrutaba de una firme ventaja sobre Biden, el a Mar-a-Lago y al propio Trump costaría más caro. Después de todo era una propiedad de primer nivel y muchos estaban ávidos por ingresar en ella.

En medio de la conmoción por los aranceles, Trump y sus aliados expresaron una serie de justificaciones, algunas de ellas contradictorias, para explicar sus motivos y objetivos: proteger y crear puestos de trabajo en Estados Unidos; obligar a las industrias a repatriarse; eliminar el déficit comercial; castigar a China y extraer concesiones de ciertos aliados. Pero en vista de su enérgica campaña para remodelar el comercio mundial bajo amenaza arancelaria, una explicación diferente tal vez podría iluminar las ideas de Trump, una explicación que podría definirse como el "método Mar-a-Lago" de política económica.

Steve Bannon, ex estratega en jefe de Trump y alguien que lo comprende mejor que nadie, contó hace poco que Trump ve al país desde la perspectiva del empresario de bienes raíces que fue antaño, y eso explica su potente impulso por imponer aranceles a países extranjeros. "El mensaje que da Trump es que el mercado estadounidense debería ser considerado de primera calidad", explicó Bannon. "Son bienes raíces de alto nivel. Y tendrás que pagar un precio adicional para poder entrar". En otras palabras, Estados Unidos es como Mar-a-Lago, un territorio exclusivo al que los demás piden entrar a gritos. Que los extranjeros tengan que pagar un precio adicional para ingresar por la puerta dorada. No son los aranceles como se los consideraba por tradición".

Todo presidente aspira a dejar una marca en la historia. Dos veces sometido a juicio político, rechazado en las urnas y relegado al exilio político, Trump podría sentir esa presión más que otros. Sus acciones en la primera semana de abril dejan en claro que la idea que anima su presidencia es la fe en los aranceles como motor de la renovación estadounidense: la convicción de que aumentar enérgicamente el costo de acceder al mercado propio es un manantial no explorado de prosperidad.

Pero los presidentes que tratan de imponer planes ambiciosos suelen fracasar. E incluso si no fracasan, consecuencias no anticipadas obstaculizan esas ambiciones. Dos decenios atrás George W. Bush y Karl Rove adoptaron un gran plan para generar un realineamiento político. Creían que, al destinar fondos públicos a organizaciones religiosas, reformar las leyes de inmigración para atraer a la creciente comunidad hispana, privatizar la Seguridad Social y ofrecer planes privados como alternativa al Medicare, podrían fortalecer la coalición republicana y captar votantes demócratas. Fracasaron en casi todos los puntos y Bush dejó el cargo con niveles récord de impopularidad.

Más recientemente Biden se propuso revertir décadas de desindustrialización y fomentar una revolución verde persuadiendo al Congreso para que aprobara leyes por varios billones de dólares. La Ley de Ciencia y Microcircuitos y la de Reducción de la Inflación pretendían mejorar la fabricación nacional de semiconductores y favorecer la innovación estadounidense, a la vez que financiaban proyectos de energías limpias, vehículos eléctricos y tecnologías sustentables para abordar el cambio climático y la inflación. Pero esas medidas, junto con el Plan de Rescate Estadounidense, contribuyeron a causar subas de precios que los votantes norteamericanos no estaban dispuestos a tolerar.

A los presidentes no les gusta desprenderse de sus grandes ideas. Los aranceles de McKinley fueron mal recibidos y generaron bruscos aumentos de precios. Los votantes castigaron a su partido en las elecciones de 1890, y a los republicanos les costó la mayoría en la Cámara Baja y casi la mitad de los escaños. Pero la fe de McKinley en que los aranceles traerían prosperidad nunca se opacó. Elegido presidente en 1896, no tardó en volver a aumentarlos y empleó la amenaza de nuevas subas como arma de presión frente a otros países, hasta que fue asesinado en 1901.

Tampoco Trump ha retrocedido. La suspensión de los aranceles destinados a unos 70 países quedó empequeñecida por los niveles que impuso a China. Además de lanzarse a una guerra comercial generalizada contra ese país, el arancel universal del 10% se mantiene en vigor, junto con gravámenes sectoriales al acero y los autos. Incluso cuando anunció la suspensión, Trump se quejó de que los inversores se habían vuelto "nerviosos". No parecía dudar de sus creencias arraigadas.

Si Trump continúa con los aranceles agresivos, al final se podrá determinar quién estaba en lo correcto: él o los economistas, banqueros e inversores que advierten de los peligros que su política. 

Temas relacionados
Más noticias de Bloomberg

Las más leídas de Apertura g5ae

1
2
3
4
5

Las más leídas de Negocios 72685q

1
2
3
4
5

y306z

1
2
3
Noticias de tu interés

Podcasts 2q3d1s

Videos 434m1